Un faccioso mas y un ser de luz menos

Para Lengua

9 de diciembre de 2019

Cuento realista por Odiseas Machairas

Con ayuda de Zoe Machaira

Los exámenes de historia siempre le ponían nervioso, pero aún más los de a primera hora. Se levanta, desayuna y estudia. En el autobús, mientras va al colegio, sigue estudiando. Llega al colegio unos cinco minutos antes del examen y va al sitio donde se suele reunir con sus amigos. -¿Y qué, te lo sabes bien? -, le preguntan, tras saludarle. -Yo creo que sí… No me di cuenta de que entraban los tipos de columnas… -; mientras habla, empieza a entonar como si fuese a hacer una broma: -¡Pero me lo he estudiado lo último… lo primero… en el exa… lo voy… examen… a… -, pero se da cuenta de que no tenía ninguna en mente, como suele pasar.

Está ahora ante un dilema social: puede seguir hablando con tono gracioso, pero no decir ningún chiste; puede pensar un chiste de manera espontánea, lo cual con su nivel humorístico es imposible; o podría recurrir a decir una frase que se suele repetir mucho, sobre todo en foros de internet, que no tiene ningún tipo de gracia, pero que aún así, a veces, parece hacer que el restos de humanos liberen grandes cantidades de Dopamina. 

Decidiría ir con la primera opción, pues es la que supone el menor riesgo a ser rechazado socialmente; pero ha estado demasiado tiempo procesando toda la información y ya no es aceptable. Tiene que hacer un análisis marginal para ver si un chiste sin gracia es oportuno, pero está tardando demasiado. Se encuentra que está habiendo un fallo fatal en el sistema. Se finalizan todos los procesos de manera forzosa. Termina la frase de cualquier manera. -hacer lo primero… para que, no se, no se me…-. Murmura el resto de la oración. Le miran con cara rara, como suele pasar, y siguen conversando: -Pero eso no entraba, ¿no? - pregunta uno. Todos afirman que no al unísono.

Se empiezan a hacer preguntas, cuando le preguntan a él se queda al principio sin respuesta. Se pone nervioso porque no sabe la respuesta de inmediato. No obstante, recuerda que siempre sucede esto y simplemente no sabe relacionar la información que se ha memorizado y se relaja. Se lo explican más y lo responde, a duras penas, como suele pasar; y siguen preguntando. Suena el timbre, lo que significa que tienen que ir a clase para hacer el examen. Allí se encuentra con el resto de compañeros los cuales se enfrentarán a este reto junto a él. Ve dos grupos distintos: uno centrado en las revisiones y aclaraciones del último minuto y otro especializado en montar y repasar su método de obtención de datos externos de manera no permitida.  Él, aunque nervioso, remarca como antes de un examen es uno de los únicos momentos donde la demora del profesor no es beneficiosa: nadie va a aprender nada y solo les causa más estrés. Esto parece ocurrir siempre y hoy no ha sido la excepción.

Llega la profesora. Todo el mundo corre a sentarse y se reparten los exámenes. Empieza explicando brevemente las preguntas pero él ojea el examen para ver dónde preguntan sobre las columnas. Se llena de terror porque no le resulta familiar ninguna de las respuestas. No encuentra la pregunta que busca. Empieza a responder, si tarda más de treinta segundos en recordar la respuesta pasa a la siguiente. Termina en siete minutos. Asumiendo que ha respondido todas las preguntas de manera acertada; lo cual no es imposible, tiene probabilidad 0% redondeando a 10^(-127); tiene tres puntos y medio en el examen. Si se hacen los cálculos con su porcentaje de errores de sus anteriores exámenes sería un 2,75 y si se hace con los de historia, un mísero 2,25. 

Intenta responder el resto de preguntas y cuando acaba vuelve a analizar la nota más probable. Sale un 4,25. Empieza a hacer un análisis marginal para ver si puede aceptar su derrota. Un punto esencial del susodicho análisis es ver cuáles son las alternativas, por lo que empieza a buscarlas.

Revisa debajo de la mesa para encontrarlo(?) su cuaderno, pero no nota nada. Entonces, se acuerda de que los cuadernos siempre son pedidos por la profesora antes de la examinación. Tiene apuntes prestados de su amigo, pero no puede utilizarlos: el autor raramente aprueba y ese hecho está estrechamente relacionado con la calidad de sus resúmenes.

Visualiza los momentos antes del comienzo del examen. Se acuerda del segundo grupo, el que estaba montando y repasando su método de obtención de datos externos de manera no permitida.  Su posición en el aula, como no estaba pensando estratégicamente, no es óptima para el delinquir. Está en séptima posición por lo que lo único que podría ver es a criminales comunicándose hacia atrás. 

Sus sentidos están hiperactivos. Se fija en cada movimiento. Puede ver, hasta en su visión periférica, cada mínimo detalle. Un rozamiento de la mesa es como un golpe de batería; un click de un bolígrafo, truenos que se revuelven en su cabeza. Nota el aire del movimiento frenético de pierna de la decimocuarta posición. Su corazón le sale del pecho cada vez que late. El tiempo parece estar parado, pero tiene que apresurarse, sólo le quedan quince minutos. Intenta analizar toda esta información.

Se fija en los golpes,  -Será código morse?-. Empieza a descifrar, pero le salen algarabias.  -Será binario? 0… 1… 1…-. En ese momento se le cae el bolígrafo del alumno que pensaba estaba transmitiendo mensajes en binario. -0, 1, 1… 110 es seis en binario…-. No podía entender nada. En ese momento pensó que a lo mejor no estaba delinquiendo el alumno específico. Se da cuenta que lo único que puede hacer es, finalmente, revisar los apuntes mal hechos de su amigo. 

Espera a que haya silencio. Observa a su profesora. No está atenta. Empieza a sacar de la cajonera lateral los papeles, lentamente, con completo sigilo. Cada vez que se oye el mínimo ruido se llenan sus venas de adrenalina y cree que ese es el fin de su carrera académica.  Hace progreso, ha transferido los apuntes del lateral a debajo de su mesa, ahora solo tiene que concentrarse para llevar a cabo su plan. 

Saca lentamente el papel con la información crítica. Mira al vacío para no levantar sospecha. De reojo ve a la profesora o, más bien, no la ve. Oye pasos desde detrás. Una sombra aparece en el lado derecho de la mesa.  -¿Has…-; oye, 

El sonido llega como una flecha 
Que se clava detrás en su nuca,  
El arquero, la profesora sin duda,  
El fin de sus días se acecha, 

-¿Debería atacar?  
¿Es, en mi mano, un lápiz o una espada?- 
De todos modos no podría ser utilizada 
En el mar uno no puede luchar

Sudores, fríos como su traición 
Recorren su frente, su espalda y sus secretos 
Escenario vacío, se cierra el telón

-¡Reza, reza que igual vas al cielo!- 
Pero no es iluso, el fuego le está quemando 
Mira delante, ve su destino, ve el infiernos.

-…terminado ya el examen?- -Sí…- Le entrega el examen.

Al día siguiente lo recoge. Ha sacado un 4,75.